lunes, 16 de enero de 2012

La Semana Trágica

La Semana Trágica



Semana trágica - Buenos Aires 1919

Se conoce como la Semana Trágica a una serie de huelgas y manifestaciones, sucedidas en Buenos Aires en enero de 1919, reprimidas por el gobierno del presidente Hipólito Yrigoyen, utilizando al Ejército Nacional y comandos paramilitares.

La represión de la Semana Trágica , dejó un saldo de 700 muertos y 4.000 heridos (según datos de un obrero de los talleres Vasena). Se la conoce como “el primer pogrom en América Latina”, ya que, además de la represión de la policía y Liga Patriótica contra los obreros, se atacó a la comunidad judía local.

Para esa época estaba viva entre los obreros la llama de la revolución social; corrientes de pensamiento revolucionario socialista y anarquista habían llegado a las costas del Río de la Plata de la mano de la abundante inmigración europea. Las recientes experiencias de la Revolución mexicana y la Revolución Rusa eran además vistas como un estímulo por los obreros y como una amenaza por las clases dominantes. Simultáneamente, se daba en Buenos Aires un incipiente proceso de industrialización en forma paralela al modelo agroexportador imperante, lo que permitió la formación de un proletariado urbano.

La Semana Trágica en la prensa de la época

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19190112 La Época

19190113 El Liberal

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19190114 El Pais

19190114 La Época

19190115 El Sol

19190115 La Accion

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19190119 La Época

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Poesia Anarquista por la masacre


  (imagen de 1918 Buenos Aires, Argentina)

SEMANA TRAGICA

Durante el gobierno de Yrigoyen y a fines de 1918 en los talleres metalurgicos Vasena se concentra una protesta de los obreros. Los primeros dias de 1919, de Parque de los Patricios, se organizo una huelga general de los obreros, entre el 10 de enero y el 13 de enero ya estaban adheridos casi todos los gremios de los trabajadores, en reclamo de una jornada laboral de 11 a 8 horas y un incremento de los salarios, que no tenga sentido el despido y el descanso dominical. La represaria al mando del general Luis Dellepiane que mando a las tropas del campo de mayo; dejo un saldo de 700 muertos y 3000 mil heridos.


Poesia Anarquista por la masacre. Autor anónimo

Cretino, Ho satánico bribón, los clarines tocan notas delirantes clamoreos preanunciando los derrumbes de tu casta y tu sistema y ni leyes ni poderes ni las fuerzas equipadas podrán nunca detener la avasallante cometida de la próxima revuelta proletaria que fermenta en muchos pechos ya cercana a reventar; barricadas a millares se alzaran por estas calles y a la música infernal de los fusiles y a la voz alentadora de la brava dinamita reventando en arsenales, en palacios y en conventos y doquiera fuerza viva defendiendo el tambaleante simbolismo gubernal. Veras testas encendidas, veras testas desgreñadas, veras ropas destrozadas empapadas en la sangre de su mismo cuerpo herido, veras puños levantados, veras dientes afilados, veraz ojos llenos de odio escrutando tu forteza para ver si tu carroña aun resiste a los embates de la furia popular. Para ti no habrá perdón. Para ti no habrá piedad. Tus infames fechorías no se borran, no se olvidan, no se dejan de saldar. ¡Mefistófeles infame, traficante de conciencias obreriles, inservil, degenerado, libertino, licencioso, disoluto, pervertido, buhonero, miserable sin conciencia y sin pudor, vil chupóptero insaciable de la sangre dulce y pura de este pueblo laborioso, vil criatura indecorosa que no vales lo que vale el defecado de un obrero, hombre triste, hombre malo, hombre inútil, hombre inmundo, pernicioso, testaferro, larva fétida. Yo te lanzo la blasfemia de este siglo, yo compárote al infame papa negro de la Rusia, yo te aplasto con la carga miserable de otro nombre, yo te llamo, tenlo en cuenta. Con el nombre más inmundo, yo te nombro ¡Rasputin!.

3 DE ENERO DE 1919: COMIENZA LA "SEMANA TRÁGICA"

http://profesor-daniel-alberto-chiarenza.blogspot.com/2010/12/3-de-enero-de-1919-comienza-la-semana.html

El primer "pogrom"


El primer "pogrom"

El seis de enero de 1919, hace 80 años, comenzó la Semana Trágica. A las huelgas obreras se les opuso una violencia nunca antes vista que culminó en el primer desborde antisemita de nuestra historia.


En el Abasto, los huelguistas convencen a un camionero a plegarse.

Por Herman Schiller

  La "Gran guerra", que luego fue bautizada como Primera Guerra Mundial (1914-18) para diferenciarla de la "Segunda" (1939-45), paralizó en nuestro país las inversiones. Las dificultades para exportar e importar provocaron carestía y pérdida del poder adquisitivo del salario. En ese cuatrienio de la primera contienda, el salario descendió en la Argentina un 38,2 por ciento, porcentaje más que elevado para aquel entonces. Obviamente la combatividad obrera creció, estimulada además por la revolución bolchevique en la lejana Rusia y la ola de pronunciamientos proletarios que se habían desatado en el resto de Europa, principalmente las acciones de los espartaquistas en Alemania encabezados por Rosa Luxemburgo.
En 1917 hubo por estas latitudes 136.000 trabajadores en huelga; al año siguiente fueron 138.000, pero en 1919 la cifra subió a más de 300.000. El 70 por ciento de los huelguistas pertenecía al sector de los transportes, lo que también marcó una diferencia con los movimientos de la primera década del siglo, que en su mayoría se daban en pequeñas empresas.





Pánico burgués


De esos años datan las huelgas de la Federación Obrera Marítima, de los obreros municipales deBuenos Aires y, fundamentalmente, de los trabajadores ferroviarios. Estos últimos revelaron un particular sentido de lucha, al punto de incendiar vagones en Retiro y darles algunas palizas a aquellos funcionarios británicos que se negaban a otorgar los aumentos salariales y mejorar las condiciones de trabajo. En este clima creció el pánico de las clases altas: cada sindicato parecía un soviet; cada huelga, el preludio de la toma del poder por parte de los obreros y cada inmigrante, un revolucionario en ciernes.

El primer gobierno de Hipólito Yrigoyen (1916-22), impotente y contradictorio para alinearse junto al pueblo, mandó a reprimir. Pero la oligarquía, las grandes empresas y los paquidermos periodísticos desconfiaban de Yrigoyen --que había alcanzado el poder con gran apoyo popular-- y lo acusaron de favorecer a los huelguistas indiscriminadamente. Así nació la decisión de los "altos intereses en peligro" de crear una fuerza parapolicial que reprima por su cuenta "y con mayor eficiencia que los regulares".

Los grandes diarios y los círculos conservadores habían entrado en una suerte de pánico, casi de histeria, denunciando la existencia de soviets, aun dentro de la policía. Y, al estallar una huelga general en los frigoríficos de Berisso y Avellaneda, casi todos de propiedad norteamericana, salieron los primeros grupos de "niños bien", montados en automóviles último modelo, a reprimir a los "subversivos" y a reclutar rápidamente "crumiros" (vocablo que entonces denominaba a los trabajadores rompehuelgas).

Los "triunfos" alcanzados por esos jóvenes --fuertemente impregnados por una combinación de difuso nacionalismo y catolicismo-- alentó la formación de dos organismos civiles terroristas: "Orden Social" y "Guardia Blanca", transformados posteriormente en "Liga Patriótica Argentina" y "Comité Pro Argentinidad" que crearon brigadas armadas con el visto bueno de la policía y el Ejército y el apoyo financiero de la "Asociación Nacional del Trabajo", entidad patronal presidida por Joaquín S. Anchorena.

La "Liga Patriótica" --la más importante y conocida de esas organizaciones-- se "cubrió de gloria", según La Prensa, en numerosos ataques a centros y reuniones obreras.

Una de esas "proezas" fue el asalto a un local de la FORA (Federación Obrera Regional Argentina), cerca de Plaza Once, donde resultaron dos muertos, uno de ellos el chofer Bruno Canovi. También atacó una pacífica demostración en Gualeguaychú (Entre Ríos), con diversos muertos y heridos como saldo. Por otra parte asesinó en Rosario a la obrera anarquista Luisa Lallana, y en el puerto de Buenos Aires fue muerto de manera similar el trabajador Angeles Améndola. Sin embargo aquella ordalía represiva recién alcanzaría su máxima altitud durante la "Semana Trágica" --6 al 13 de enero de 1919-- que dejara como saldo unos 700 muertos y más de 4000 heridos.

"Conspiración judeo-maximalista"

 Los primeros crímenes, en esa semana de dolor pero también de gran espíritu proletario y combativo, fueron cometidos por los propios uniformados --al disparar sobre los huelguistas reunidos frente a la fábrica metalúrgica de Pedro Vasena e Hijos, en Cochabamba y Rioja, donde hoy se encuentra la plaza Martín Fierro--, pero, con el desarrollo de los acontecimientos y el miedo burgués a la "revolución social", el jefe de la Segunda División del Ejército, general Luis Dellepiane (el mismo que entre 1909 y 1912 había sido jefe de policía, reemplazando al ejecutado Ramón L. Falcón), no sólo fue llamado a asumir la responsabilidad ejecutiva de la represión, sino que también dio vía libre a los "civiles" para que "colaboren". Esos "civiles", que muy poco tiempo después formarían la "Liga Patriótica" y otras estructuras similares, se habían formado en el odio al inmigrante, especialmente los judíos, a quienes acusaban de estar fomentando la "conspiración judeo-maximalista" para "disolver la nacionalidad argentina".

El antisemitismo estaba muy arraigado en las clases altas de entonces. Algunos ejemplos: en 1890 apareció en La Nación, en forma de folletín, una furiosa novela antisemita llamada La bolsa de Julián Martel; en enero de 1888 (apenas ocho meses antes de morirse), el mismísimo Domingo Faustino Sarmiento publicó varios artículos antijudíos en El Nacional; el diario La Prensa, en distintas oportunidades, manifestó su oposición a que los judíos formen comunas agrarias en Entre Ríos y Santa Fe; y, sobre todo, la "acción" del 15 de mayo de 1910, diez días antes del Centenario, cuando jóvenes de clase alta, salidos de la muy exclusiva "Sociedad Sportiva Argentina" bajo la conducción del barón Demarchi, asaltaron las sedes del Avangard, órgano del "Bund", agrupación obrera socialista judía, y la denominada "Biblioteca Rusa", para quemar luego sus libros en Plaza Congreso.

Refiriéndose al fenómeno antisemita de los represores de la "Semana Trágica", el escritor JuanJosé Sebreli (en el libro La cuestión judía en la Argentina, publicado en 1968 por la editorial Tiempos Modernos) esbozó una interesante reflexión para explicar la xenofobia de la oligarquía de aquélla época: "El mismo odio racial que la burguesía liberal sentía por el mestizo, al que trató de sustituir por el inmigrante europeo, se volcó después hacia el propio inmigrante cuando éste se reveló inesperadamente con un dinámico elemento de agitación social".

El ensañamiento de esos sectores vinculados con el poder contra los trabajadores judíos durante la "Semana Trágica" produjo en América latina el primer "pogrom" (vocablo ruso de antigua data que significa matanza de judíos). Muchos lo consideraron una suerte de venganza por la acción del joven judío Simon Radowitzky diez años antes, aunque el régimen, ya en ese entonces, inmediatamente después de producirse la ejecución del coronel Falcón el 14 de noviembre de 1909, se había cobrado una buena dosis de revancha al encarcelar a más de 3000 obreros y deportar a Europa a centenares de anarquistas y socialistas.

 



"El arte de insubordinar"

La mayoría de los trabajadores judíos había llegado a estas playas huyendo de las persecuciones desatadas por el zarismo en Rusia hacia fines del siglo XIX y, sobre todo, después del fracaso de la revolución de 1905 (la participación judía en ese pronunciamiento había sido muy elevada y el zar Nicolás II acusó oficialmente a la numerosa comunidad judía de conspirar para derrocarlo). La denominación de "rusos" (en lugar de judíos) en nuestro medio, reiterada hasta el hartazgo en los sainetes, data de ese entonces y se hizo más carne aún cuando la colonia de agricultores judíos de Moisés Ville, en la provincia de Santa Fe --los míticos gauchos judíos-- saludó públicamente el triunfo de la revolución encabezada por Lenín en 1917.

 Pero las acciones directas de la "Liga Patriótica" también encontraron una sustentación teórico-filosófica que partía, principalmente, de los sectores más reaccionarios de la Iglesia. Monseñor Miguel de Andrea, el mismo que 36 años después se convertiría en uno de los sostenedores espirituales de la llamada "Revolución Libertadora", lanzó una campaña explicando que "el peligro nacía del hecho de que los trabajadores y las masas populares habían dejado de creer en Dios, en la Iglesia y en el régimen", en tanto que el obispo Bustos de Córdoba --según consta en La Nación del 25 de noviembre de 1918-- produjo una pastoral acerca de la "Revolución social que nos amenaza". Bustos denunciaba allí a quienes "enseñan el arte de insubordinar y rebelar a las masas contra el trono y el altar para dar por tierra con la civilización cristiana y ceder el puesto a la anarquía imperante".

Ese mismo día (25-XI-1918) el diario Di Idische Tzaitung alertaba: "Los curas comenzaron en Corrientes y Junín. Prosiguieron luego sus sermones contra los socialistas y los judíos, con la ayuda de la policía, por todo Buenos Aires y los suburbios. El domingo organizaron una conferencia similar en la avenida Sáenz y Esquiú, rodeado por policías y escoltados por bandidos locales que estaban armados con bastones de acero. Después del mitin partió una manifestación. En Caseros y Rioja pronunció el cura Napal un tenebroso y agresivo discurso".

El régimen había decidido así atacar por la fuerza (a través de los parapoliciales que secuestraban, robaban, torturaban y mataban) y, también, tratando de introducir cuñas en el seno del pueblo (a través de una propaganda que llamaba a los argentinos a desoír a los extranjeros) para contrarrestar las ideologías revolucionarias. Pero el pueblo, al menos en esos años, rechazó las provocaciones. Al contrario, en medio de la masacre de la "Semana Trágica", se reveló un fuerte sentido unitario.


El Comité Ejecutivo del Partido Socialista convocó a una reunión extraordinaria, declarando que"los obreros no callaran los crímenes". Por su parte las dos centrales obreras --es decir las dos FORA-- instaron a los trabajadores a proseguir la huelga general por tiempo indeterminado. Los obreros acataron el llamado, abandonando espontáneamente las fábricas y los talleres para convertirse --según La Vanguardia de esos días-- "en un mar de olas humanas que rugió su amargura e indignación".


Mientras tanto la policía, el Ejército y los "civiles" seguían matando.

Los diarios burgueses hablaban de "guerra" y "enfrentamiento" para justificar los crímenes, pero La Vanguardia (9-I-1919) rechazó el argumento: "No ha habido tal combate entre los huelguistas y las fuerzas policiales, sino una cobarde y criminal acechanza tendiente a sofocar la huelga por el terror".

Los radicales apoyaron la represión a través de su vocero representativo, el diario La Epoca (12-I-1919): "No se trata de un movimiento obrero. Mienten quienes lo afirman. Mienten quienes pretenden asumir audazmente la representación de los trabajadores de Buenos Aires (...). Y, aun los trabajadores que aparecen complicados en los actos tumultuosos del ayer, han resultado instrumento de los agitadores (...). Se trata de una tentativa absurda provocada y dirigida por elementos anarquistas ajenos a toda disciplina social y extraños también a las verdaderas organizaciones de trabajadores, una minoría contra cuyos excesos basta oponer la firmeza y la cordura de las gentes partidarias del orden".

Otro tanto aducían los diarios del sistema --sobre todo La Prensa y La Nación-- y hasta el New York Evening Mail, furiosa expresión de la plutocracia norteamericana de aquellos años, llegó a manifestar su alarma porque "la mano roja del bolcheviquismo se ha alargado hasta el otro lado del Atlántico, empuñando (en la Argentina) la tea, la bomba y el cuchillo.


"Mueran los judíos"

El sistema, evidentemente, estaba aterrorizado, y desde sus distintas expresiones, se elevaban demandas en el sentido de expulsar a los "extranjeros indeseables", "controlar la inmigración", etc. Varias instituciones proponían campañas de exaltación del sentimiento nacional para oponerse a "esa runfla humana sin Dios, Patria ni ley" (según consta en el folleto titulado "Guía del buen sentido nacional" editado en Buenos Aires en 1920). Esos proyectos se concretaron finalmente con la creación de la "Liga Patriótica Argentina" que, oficialmente, decidió erigirse en "institución", dado "el éxito alcanzado en los días previos para aplastar la conspiración judeo-maximalista".

Bajo la presidencia de Domecq García, se reunieron en el Centro Naval los representantes del Jockey Club, Círculo de Armas, Club del Progreso, Yacht Club, Círculo Militar, Damas Patricias, los obispos Piaggio y el ya mencionado De Andrea y otros distinguidos caballeros. Entre los fines anunciados por la LPA se destacaban: "Estimular sobre todo el sentimiento de argentinidad"; "cooperar con las autoridades en el mantenimiento del orden público, evitando la destrucción de la propiedad privada, comunal y del Estado, contribuyendo a mantener la paz de los hogares", "inspirar al pueblo amor por el ejército y la marina".

La nueva entidad llenó la ciudad de afiches --un instrumento de propaganda que aún no estaba muy en boga--, propiciando además la realización de acontecimientos en distintas plazas con la presencia de civiles armados. Los gritos comunes eran: "Fuera los extranjeros"; "mueran los maximalistas"; "guerra al anarquismo"; "mueran los judíos".





Nueva Presencia

En aquellos días fue detenido un joven periodista judío --Pedro Wald-- que también ejercía el oficio de carpintero. La acusación, tan burda que parecía tragicómica, fue aceptada durante bastante tiempo por los voceros del régimen: Wald estaba destinado por los maximalistas a convertirse en el primer presidente del Soviet argentino. Wald fue salvajemente torturado en la 7ª (ubicada en el mismo lugar donde está hoy: Lavalle, entre Paso y Pueyrredón), pero se negó a "confesar". La intensa movilización popular logró que se lo dejara en libertad y, diez años después, en el libro titulado Koshmar (Pesadilla), relató algunos episodios de la represión durante la Semana Trágica. Uno de ellos decía: "Salvajes eran las manifestaciones de los 'niños bien' de la Liga Patriótica, que marchaban pidiendo la muerte de los maximalistas, los judíos y demás extranjeros. Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías. Un judío fue detenido y luego de los primeros golpes comenzó a brotar un chorro de sangre de su boca. Acto seguido le ordenaron cantar el Himno Nacional y, como no lo sabía porque recién había llegado al país, lo liquidaron en el acto. No seleccionaban: pegaban y mataban a todos los barbudos que parecían judíos y encontraban a mano. Así pescaron un transeúnte: 'Gritá que sos un maximalista'. 'No lo soy' suplicó. Un minuto después yacía tendido en el suelo en el charco de su propia sangre".

(El 9 de julio de 1977, casi seis décadas después, la hija de Wald --Eva-- y su esposo, el ingeniero Carlos María Radbil, fundaron conmigo el semanario Nueva Presencia, para enfrentar a la dictadura militar y proseguir la tradición progresista y revolucionaria de aquellos inmigrantes judíos. El semanario se publicó con esa línea contestataria y antifascista durante diez años consecutivos).





Elpidio González

El 10 de enero de 1919, mientras La Protesta, editada clandestinamente, llamaba a los trabajadores a armarse para enfrentar los crímenes del sistema, la "Liga Patriótica" asaltaba los locales de Ecuador 359 y 645, donde funcionaban los centros de los obreros panaderos y de los obreros peleteros judíos. En la avenida Pueyrredón fue atacada la Asociación Teatral Judía. Todo lo que había en los mencionados locales fue arrojado a la calle y quemado. Los transeúntes, además, eran golpeados, mientras la policía montada, en perfecta formación, observaba pasivamente. "No sólo se atacaba a los judíos --señaló Wald en el citado libro-- también se escuchaban (aunque más débiles) exclamaciones contra los españoles (gallegos y catalanes) y contra los extranjeros en general. Sin embargo, el odio contra los judíos tenía un carácter especialmente notorio, global e indiscriminado".

La persecución estaba organizada metódicamente y dirigida por las propias autoridades. El jefe de Policía, el dirigente radical doctor Elpidio González, lanzó el 10 de enero un llamado dirigido a las Fuerzas Armadas y a las bandas civiles. Las saludaba por la "energía y heroísmo" (sic) con que lograron dominar la situación, "dando una lección" a "los elementos disolventes de la nacionalidad argentina". Dos días después, el 12 de enero, se publicó un comunicado de igual tono firmado por el general Dellepiane, donde expresaba su "profundo agradecimiento" a la "heroica policía y a los bomberos" y a "la ciudadanía", que colaboraron junto al Ejército para "aplastar el brutal levantamiento".





Fósforos y alfileres

José Mendelsohn, un joven periodista que venía de las colonias agrarias del Interior (y a quien conocí en la década del cincuenta cuando este escritor y pedagogo ejercía la dirección del Seminario para Maestros Hebreos que funcionaba en el segundo piso de la AMIA, Pasteur 633), testimonió en Di Idische Tzaitung del 10 de enero el salvajismo de esos días: "Pamplinas son todos los pogroms europeos al lado de lo que hicieron con ancianos judíos las bandas civiles en la calle, en las comisarías 7ª y 9ª, y en el Departamento de Policía. Jinetes arrastraban a viejos judíos desnudos por las calles de Buenos Aires, les tiraban de las barbas, de sus grises y encanecidas barbas, y cuando ya no podían correr al ritmo de los caballos, su piel se desgarraba raspando contra los adoquines, mientras los sables y los látigos de los hombres de a caballo caían y golpeaban intermitentemente sobre sus cuerpos (...) Pegaban y pegaban espaciosamente, torturaban metódicamente para que no desfallecieran las últimas fuerzas, para que no se prolongaran sin fin los sufrimientos. Cincuenta hombres, ante el cansancio de azotar, se alternaban para cada prisionero, en tanto que la ejecución proseguía de la mañana hasta pasado el mediodía, desde el atardecer hasta la noche y desde la noche hasta que despuntaba el día. Con fósforos quemaban las rodillas de los arrestados, mientras atravesaban con alfileres sus heridas abiertas y sus carnes emblandecidas (...). En la comisaría 7ª, los soldados, vigilantes y jueces encerraban en los baños a los presos (en su mayoría judíos) para orinarles en la boca. Los torturadores gritaban: viva la patria, mueran los maximalistas y todos los extranjeros".





La interna judía

Todos estos hechos agitaron, naturalmente, lo que hoy llamaríamos la "interna judía". La derecha de la colectividad, representada de algún modo por la Congregación Israelita (sector religioso conservador de origen alemán) hizo lo posible para tomar distancia de los socialistas y anarquistas judíos. Con ese objetivo difundió un comunicado (que firmaron también otras entidades judías "de beneficencia") para invocar "la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia", el cese de las persecuciones "indiscriminadas" y, fundamentalmente, "que la Justicia sea inexorable y severa con los malhechores a quienes repudiamos". Y finalizaba con esta sentencia: "Que los inocentes no sean perseguidos".

Los judíos "malhechores" y "culpables" no ocultaron su indignación y repudiaron esta agachada de la derecha judía. Derecha a la que no le sirvió de nada arrodillarse ante los poderes públicos, ya que el jefe de Policía, en primera instancia, rechazó el reclamo de la Congregación Israelita, justificó las atrocidades y respondió que los presos y los muertos "no tenían perdón porque eran anarquistas y tratantes de blancas".

Los socialistas del "Bund", en cambio, y sobre todo los anarquistas --además de numerosos intelectuales-- repudiaron esa claudicación.

Un escritor, A. Koriman, que formaba parte del Comité Central de Ayuda a las Víctimas de la Guerra, rechazó el 17-I-1919 (en el diario Di Presse) la actitud del judaísmo oficial: "Sostengo que en los trágicos días debíamos haber publicitado con mucha mayor dignidad y energía nuestros sentimientos y pensamientos, tal como fue hecho por diversos escritores anónimos y representantes del movimiento obrero. No hay que arrodillarse ante los bárbaros, que actuaron en forma tan brutal, asaltando hogares, arrestando a centenares y centenares de trabajadores, utilizando viles calumnias y maltratando y pegando a mujeres y niños indefensos. Nuestra protesta debió haber sido clara y precisa. Se debió haber culpado a la policía como la responsable de las brutalidades cometidas. Ella apoyó a los falsos patriotas que, con la bandera argentina en sus manos y entonando el Himno Nacional, marchaban por los barrios pidiendo nuestra muerte. Todas las salvajes arbitrariedades fueron cometidas por la policía o apoyadas por ella".

Por su parte los socialistas judíos del "Avangard" también denunciaron a los judíos claudicantes y reiteraron sus acusaciones contra las fuerzas de seguridad: "La policía y el Ejército no sólo permitieron el criminal pogrom contra los judíos, sino que con sus armas ayudaron a perpetrar las salvajes acciones de la Guardia Blanca. La organización Avangard ve en esto la oscura política del gobierno radical, que se asemeja a la ya desaparecida política pogromista del ex gobierno zarista en Rusia, y declara que con mucha energía y decisión proseguirá con su militancia socialista para el logro de una vida mejor en la Argentina".

Acalladas la violencia y la represión, algunos representantes de la inteligencia nacional trataron de aproximarse a la verdad.

José Ingenieros, por ejemplo, autor de Las fuerzas morales,La simulación en la lucha por la vida, psicología genérica y El hombre mediocre --políticamente vinculado con el socialismo, aunque en 1897 había colaborado con el periódico anarquista La Montaña--, alertó (desde la revista Vida nuestra, nº 7, enero de 1919) sobre las bandas reclutadas también entre "los estudiantes y ex alumnos de los colegios jesuíticos, que son manejados por algunos sacerdotes que hacen política clerical militante al servicio de las clases conservadoras".

Pero la burguesía no se aquietó y, sin bajar el brazo represor, sus sectores menos recalcitrantes admitieron que "la única manera de parar la marea social es haciendo algún esfuerzo para saciar la apetencia de las masas". Así, a instancias del Episcopado Argentino y bajo el lema "Pro paz social", la Unión Popular Católica Argentina lanzó la idea de una gran colecta nacional destinada a proporcionar fondos para "un plan de obras, viviendas, ateneos, servicios sociales e institutos de enseñanza para la clase obrera".

El animador principal de la campaña fue el propio Miguel de Andrea, aquel que meses antes había colaborado en la creación de la "Liga Patriótica". Fruto de esa contribución de las clases pudientes de Buenos Aires fueron, entre otros, el "Ateneo de la Juventud" y la "Casa de la Empleada". En medio de esta vorágine oportunista para frenar la revolución social, el periódico anarquista La Protesta llamó a no dejarse encandilar por los cantos de sirena y a "proseguir la lucha contra el Estado, la policía, los militares, la burguesía, la religión y todos los demás factores que oscurecen la libertad del ser humano".

(Fuentes consultadas: Luchas obreras y represiones sangrientas, de Diego Abad de Santillán; La Semana Trágica, de Hugo del Campo; La Semana Trágica de Nicolás Babini; La Semana Trágica y los judíos, de Nahum Solomisky; La cuestión judía en la Argentina, de Juan José Sebreli; Pesadilla, de Pedro Wald; las colecciones de los diarios La Protesta, La Vanguardia, La Prensa, La Nación, La Epoca, Di idische Tzaitung y Di Presse; y las revistas Caras y Caretas y Vida Nuestra.)

La Semana Trágica

 
La Semana Trágica


En diciembre de 1918 comenzó una huelga en los talleres metalúrgicos Pedro Vasena e Hijos. La industria metalúrgica se había visto profundamente  afectada por la Primera Guerra Mundial e intentaba bajar costos. Los obreros, a su vez, pretendían obtener mejoras en sus condiciones de trabajo y en sus salarios. La huelga pronto se convirtió en un conflicto sindical generalizado que terminó con 700 muertos y cerca de 4000 heridos, y pasó a la historia como la Semana Trágica. Para recordar este episodio, hemos adaptado un extracto del libro Los mitos de la historia argentina III, de Felipe Pigna.

Enero sangriento: una masacre obrera conocida como “la Semana Trágica”

La huelga de los 2.500 trabajadores metalúrgicos había comenzado el 2 de diciembre. No pedían demasiado: jornada de ocho horas, salubridad laboral y un salario justo. Para ese entonces los Vasena habían vendido la fábrica a una empresa inglesa, pero seguían gerenciándola. Los antepasados de Adalbert Kriegar Vasena, ministro de economía de Onganía, se mostraron intransigentes frente a lo que llamaban la “insolencia obrera”. Lo que naturalmente puso más “insolentes” a los trabajadores, que decidieron tomar la fábrica y armar un piquete en la puerta del establecimiento en defensa de sus derechos. El señor Vasena tenía buenas relaciones con el gobierno, particularmente con el señor Melo, que además de ser un notable militante radical cercano a Yrigoyen era a la vez asesor legal de Vasena. Y logró que enviaran rápidamente policías y bomberos para castigar la “insolencia” de los explotados organizados.

Todo comenzó el 7 de enero, a eso de las tres y media de la tarde, con un grupo de huelguistas que había formado un piquete tratando de impedir la llegada de materia prima para la fábrica. En ese momento, los conductores que pasaron por donde estaban los huelguistas, develando su verdadera función, comenzaron a disparar sus armas de fuego contra los trabajadores. Al grupo de rompehuelgas se sumaron inmediatamente las fuerzas policiales que estaban destacadas en la zona desde el comienzo de la huelga. Se vivió un clima de pánico en el barrio, la gente corría a refugiarse donde podía.

Cuando terminó de escucharse el ruido ensordecedor de los balazos el saldo fue elocuente: cuatro muertos. Tres de ellos habían sido baleados en sus casas y uno había perecido a causa de los sablazos propinados por la policía montada, los famosos “cosacos”. Hubo además, más de 30 heridos. Según La Prensafueron disparados más de 2.000 proyectiles por unos 110 policías y bomberos. Sólo tres integrantes de las fuerzas represivas fueron levemente heridos. (…)

La historia oficial no recoge los nombres de los muertos del pueblo. Ellos fueron: Juan Fiorini, argentino, 18 años, soltero, jornalero de la fábrica Bozzalla Hnos., que fue muerto mientras estaba tomando mate en su domicilio de un balazo en la región pectoral; Toribio Barrios, español, 42 años, casado, recolector de basura, muerto en la avenida Alcorta frente al número 3189, de varios sablazos en el cráneo; Santiago Gómez Metrolles, argentino, 32 años, soltero, recolector de basura, de un balazo en el temporal derecho mientras se hallaba en la fonda de avenida Alcorta 3521, de Lázaro Alberti; Miguel Britos, casado, jornalero, muerto a consecuencia también de heridas de bala. Según el propio parte policial que reproduce La Nación, ninguno fue muerto en actitud de combate, ninguno estaba agrediendo a las fuerzas represivas.(…)

Frente a la gravedad de los hechos, uno de los causantes de toda esta tragedia, don Alfredo Vasena, se dignó a reunirse con los delegados gremiales en el Departamento de Policía y les ofreció la reducción de la jornada laboral a 9 horas, un 12 % de aumento de jornales y admisión de cuantos quisieran trabajar. Como la reunión se hizo larga, se decidió continuarla al día siguiente en la propia fábrica. Los obreros llegaron puntualmente a las diez, pero don Vasena se negó a reunirse argumentando que entre los delegados había activistas que no pertenecían a su plantel.

Los obreros armados de cierta paciencia conformaron otra delegación que presentó el pliego de condiciones de los huelguistas: jornada de 8 horas, aumentos de jornales comprendidos entre el 20 y el 40 %, pago de trabajos y horas extraordinarias, readmisión de los obreros despedidos por causas sindicales y abolición del trabajo a destajo. Vasena prometió contestar al día siguiente y, a pedido de los obreros, ordenó que dejaran de circular las chatas de transportes. Pero los hechos se iban a precipitar.

Los muertos que vos matáis

Aquel jueves 9 de enero de 1919 Buenos Aires era una ciudad paralizada. Los negocios habían cerrado, no había espectáculos, ni transporte público, la basura se acumulaba en las esquinas por la huelga de los recolectores, los canillitas habían resuelto vender solamente La Vanguardiay La Protesta, que aquel día titulaba: “El crimen de las fuerzas policiales, embriagadas por el gobierno y Vasena, clama una explosión revolucionaria”. Más allá de las divisiones metodológicas de las centrales obreras, la clase trabajadora de Buenos Aires fue concretando una enorme huelga general de hecho. Los únicos movimientos lo constituían las compactas columnas de trabajadores que se preparaban para enterrar a sus muertos.

Eran hombres, mujeres y niños del pueblo, con sus crespones negros y sus banderas rojas y negras, eran socialistas, anarquistas y sindicalistas revolucionarios que salían a la calle para demostrar que no le tenían miedo a la barbarie “patriótica” de los dueños del país, de los “niños bien” de la “Liga Patriótica Asesina” como ya se la conocía en los ambientes obreros, para dar claro testimonio de que no los asustaban las policías bravas y ahí andaban con su única propiedad, sus hijos, por las calles de aquella Buenos Aires que hacía historia. Lo único que pretendían era homenajeara sus mártires y repudiar la represión estatal y paraestatal. Previsor, el jefe de policía Elpidio González había solicitado y obtenido aquel mismo día del presidente Yrigoyen un decreto que aumentaba en un 20 % el sueldo de los policías a los que les esperaba una dura faena.

Masacre en el cementerio

A eso de las tres de la tarde partió el cortejo fúnebre encabezado por la “autodefensa obrera”, unos cien trabajadores armados con revólveres y carabinas. Detrás, una compacta columna de miles de personas, “el pobrerío” como les gustaba llamarlos a los pitucos. El cortejo enfiló por la calle Corrientes hacia el Cementerio del Oeste (La Chacarita). Al llegar a la altura de Yatay, frente a un templo católico, algunos manifestantes anarquistas comenzaron a gritar consignas anticlericales.

La respuesta no se hizo esperar: dentro del templo estaban apostados policías y bomberos que comenzaron a disparar sobre la multitud cobrándose las primeras víctimas de la jornada. Al paso de la columna por las armerías, éstas eran asaltadas por algunos de los manifestantes que “expropiaban” armas cortas, carabinas y fusiles para “la revolución social”.

Aproximadamente a las 17 horas de aquel 9 de enero la interminable y conmovedora columna obrera llegó a la Chacarita, la gente se fue acomodando como pudo entre las tumbas y comenzaron los discursos de los delegados de la FORA IX. En primera fila estaban los familiares de los muertos. Madres, padres, hijos, hermanos desconsolados y acompañados en el dolor y la necesidad de justicia por miles de personas. Mientras hablaba el dirigente Luis Bernard, surgieron abruptamente detrás de los muros del cementerio miembros de la policía y del ejército que comenzaron a disparar sobre la multitud. Era una emboscada. La gente buscó refugio donde pudo, pero fueron muchos los muertos y los heridos. Los sobrevivientes fueron empujados a sablazos y culatazos hacia la salida del cementerio. Según los diarios, hubo 12 muertos y casi doscientos heridos. La prensa obrera habló de 100 muertos y más de cuatrocientos heridos. Ambas versiones coinciden en que entre las fuerzas militares y policiales no hubo bajas. La impunidad iba en aumento. No había antecedentes de semejante matanza de obreros.

Pese a todo, el pueblo movilizado no se amilanó y siguió en la calle exigiendo justicia y pidiéndoles a sus dirigentes que continuara la huelga general, cosa que efectivamente ocurrió. La agitación seguía, y mientras se producía la masacre de la Chacarita un nutrido grupo de trabajadores rodeó la fábrica Vasena y estuvo a punto de incendiarla. En el interior del edificio se encontraban reunidos Alfredo Vasena, Joaquín Anchorena de la Asociación Nacional del Trabajo y el empresario británico comprador, que ante el devenir de los hechos pidió protección a su embajada, que rápidamente se comunicó con la Casa Rosada desde donde partió el flamante jefe de policía y futuro vicepresidente de Alvear, don Elpidio González, a parlamentar con los obreros y pedirles calma. No era el mejor momento y no fue bien recibido. La comitiva encabezada por el funcionario fue atacada, y el propio auto del jefe de policía fue incendiado por la multitud. González debió volverse en taxi a su despacho, pero envió a un grupo de 100 bomberos y policías armados hasta los dientes que dispararon sin contemplaciones sobre la multitud, provocando —según el propio parte policial— 24 muertos y 60 heridos.

En toda la ciudad se produjeron actos de protesta expresando la indignación de los trabajadores por la acción represiva del Estado. (…)

La Liga Patriótica, asesina

Por aquellos primeros días de 1919 a los miembros “más destacados de la sociedad” les dio un fuerte ataque de paranoia. En su fértil imaginación florecían selváticamente las teorías conspirativas. La Revolución Bolchevique se había producido hacía menos de dos años y el simple recuerdo de los soviets de obreros y campesinos decidiendo el destino de la nación más grande del mundo hacía temblar a los dueños de todo en la Argentina. Había que frenar el torrente revolucionario. Comenzaron a reunirse para presionar al gobierno radical, al que veían como incapaz de llevar adelante una represión como la que ellos deseaban y necesitaban.

Según los jefes las familias más “bien” de la Argentina, se hacía necesario el empleo de una “mano dura” que les recordara a los trabajadores que su lugar en la sociedad viene por el lado de la obediencia y la resignación. Así fue como un grupo de jóvenes de aquellas “mejores familias” se reunieron en la Confitería París y decidieron “patrióticamente” armarse en “defensa propia”. Las reuniones continuaron en los más cómodos salones del “Centro Naval” de Florida y Córdoba, donde fueron cálidamente recibidos por el contralmirante y recontra reaccionario Manuel Domecq García y su colega el contralmirante Eduardo O’Connor, quienes se comprometieron a darle a los ansiosos muchachos instrucción militar. O’Connor dijo aquel 10 de enero de 1919 que Buenos Aires no sería otro Petrogrado e invitaba a la “valiente muchachada” a atacar a los “rusos y catalanes en sus propios barrios si no se atreven a venir al centro”. Los jovencitos “patrióticos” partieron del centro naval con brazaletes con los colores argentinos y armas automáticas generosamente repartidas por Domecq, O’Connor y sus cómplices.

Este grupo inicialmente inorgánico se va a constituir oficialmente como Liga Patriótica Argentina el 16 de enero de 1919. Domecq García ocupó la presidencia en forma provisional hasta abril de 1919, cuando las brigadas eligieron como presidente a Manuel Carlés26 y vice a Pedro Cristophersen. (…)

¿A qué se dedicaban estos ciudadanos preocupados por el orden? Las bandas terroristas armadas que operaban bajo el rótulo de Liga Patriótica Argentina lo hacían con total impunidad y la más absoluta colaboración y complicidad oficiales. Se reunían en las comisarías y allí se les distribuían armas y brazaletes. Desde las sedes policiales partían en coches último modelo manejados por los jovencitos oligarcas, y al grito de “Viva la Patria” se dirigían a las barriadas obreras, a las sedes sindicales, a las bibliotecas obreras, a la sede de los periódicos socialistas y anarquistas para incendiarlos y destruirlos, todo bajo la mirada cómplice de la policía y los bomberos. El barrio judío de Once fue atacado con saña por las bandas patrióticas que se dedicaban a la “caza del ruso”. Allí fueron incendiadas sinagogas y las bibliotecas Avangard y Paole Sión. Los terroristas de la Liga atacaban a los transeúntes, particularmente a los que vestían con algún elemento que determinara su pertenencia a la colectividad. La cobarde agresión no respetó ni edades ni sexos. Los “defensores de la familia y las buenas costumbres” golpeaban con cachiporras y las culatas de sus revólveres a ancianos y arrastraban de los pelos a mujeres y niños.

El triunfo de la huelga

Finalmente el 11 de enero el gobierno radical llegó a un acuerdo con la FORA IX basado en la libertad de los presos que sumaban más de 2.000, un aumento salarial de entre un 20 y un 40 %, según las categorías, el establecimiento de una jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Poco después las autoridades de la FORA y del Partido Socialista resolvieron la vuelta al trabajo.

El vespertino La Razóntitulaba: “Se terminó la huelga, ahora los poderes públicos deben buscar los promotores de la rebelión, de esa rebelión cuya responsabilidad rechazan la FORA y el PS…”.  Pero el dolor y la conmoción popular continúan. Los trabajadores se muestran renuentes a volver a sus trabajos. En las asambleas sindicales las mociones por continuar la huelga general se suceden. Por su parte, la FORA V se opone terminantemente a levantar la medida de fuerza y decide “continuar el movimiento como forma de protesta contra los crímenes de Estado”.

Finalmente, el jefe del Poder Ejecutivo de facto, general Luis Dellepiane, recibió el martes 14 de enero por separado a las conducciones de las dos FORA y aceptó sus coincidentes condiciones para volver al trabajo que incluían “la supresión de la ostentación de fuerza por las autoridades” y el “respeto del derecho de reunión”. Pero pasando por encima del general, la policía y miembros de la Liga Patriótica se dieron un gusto que venían postergando: saquearon y destruyeron la sede de La Protesta. Esto motivó la amenaza de renuncia de Dellepiane, que fue rechazada al día siguiente por el propio presidente Yrigoyen, quien además ordenó efectivizar la puesta en libertad de todos los detenidos.

Para el jueves 16, Buenos Aires era casi una ciudad normal: circulaban los tranvías, había alimentos en los mercados, y los cines y teatros volvieron a abrir sus puertas. Las tropas fueron retornando a los cuarteles y los trabajadores ferroviarios fueron retomando lentamente los servicios. Recién el lunes 20 los obreros de Vasena, tras comprobar que todas sus reivindicaciones habían sido cumplidas y que no quedaba ningún compañero despedido ni sancionado, decidieron volver a sus puestos de trabajo. (…)

La rebelión social duró exactamente una semana, del 7 al 14 de enero de 1919. La huelga había triunfado a un costo enorme. El precio no lo pusieron los trabajadores sino los dueños del poder, que hicieron del conflicto un caso testigo en su pulseada con el gobierno al que consiguieron presionar en los momentos más graves e imponerle su voluntad represiva.

Muy bien 10 felicitado

No hubo sanciones para las fuerzas represivas, ni siquiera se habló de “errores o excesos”; por el contrario, el gobierno felicitó a los oficiales y a las tropas encargadas de la represión y volvió a hablar de subversión. Por su parte, Dellepiane, el jefe de la represión, dictó la siguiente orden del día: “Quiero llevar al digno y valiente personal que ha cooperado con las fuerzas del ejército y armada en la sofocación del brutal e inicuo estallido, mi palabra más sentida de agradecimiento, al mismo tiempo que el deseo de que los componentes de toda jerarquía de tan nobles instituciones, encargadas de salvaguardar los más sagrados intereses de esta gran metrópoli, sientan palpitar sus pechos únicamente por el impulso de nobles ideales, presentándolos como coraza invulnerable a la incitación malsana con que se quiere disfrazar propósitos inconfesables y cobardes apetitos”.

El embajador de Yrigoyen en Gran Bretaña, Álvarez de Toledo, tranquiliza a los inversores extranjeros en un reportaje concedido al Times de Londres y reproducido por La Nación: “Los recientes conflictos obreros en la República Argentina no fueron más que simple reflejo de una situación común a todos los países y que la aplicación enérgica de la ley de residencia y la deportación de más de doscientos cabecillas bastaron para detener el avance del movimiento, que actualmente está dominado. [Agregó que] la República Argentina reconoce plenamente la deuda de gratitud hacia los capitales extranjeros, y muy especialmente hacia los británicos por la participación que han tenido en el desarrollo del país, y que está dispuesto a ofrecer toda clase de facilidades para otro desarrollo de su actividad”.

Donaciones de almas caritativas

Los sectores más pudientes de la sociedad se mostraron muy agradecidos con los miembros de las fuerzas represivas y quisieron premiarlas con lo único que a ambas partes les interesa a la hora de los homenajes: dinero. Las empresas beneficiadas con la “disciplina social”, las damas de beneficencia y otras entidades “de bien público” iniciaron colectas “pro defensores del orden”. Así lo detalla La Nación: “En el local de la Asociación del Trabajo se reunió ayer la Junta Directiva de la Comisión pro defensores del orden, que preside el contralmirante Domecq García, adoptándose diversas resoluciones de importancia. Se resolvió designar comisiones especiales que tendrán a su cargo la recolección de fondos en la banca, el comercio, la industria, el foro, etc., y se adoptaron diversas disposiciones tendientes a hacer que el óbolo llegue en forma equitativa a todos los hogares de los defensores del orden. […] La empresa del ferrocarril del Oeste ha resuelto contribuir con la suma de 5.000 pesos al fondo de la suscripción nacional promovida a favor de los argentinos que han tenido a su cargo la tarea de restablecer el orden durante los recientes sucesos.

Un grupo de jóvenes radicados en la sección 15 de la policía ha iniciado una colecta entre los vecinos con objeto de entregar una suma de dinero a los agentes pertenecientes a la citada comisaría, con motivo de su actuación en los últimos sucesos”.

“La comisión central pro defensores del orden recibió ayer las siguientes cantidades:

Frigorífico Swift $ 1.000

Club Francais 500

Eugenio Mattaldi 500

Escalada y Cía. 100

Leng Roberts y Cía. 500

Juan Angel López 200

Matías Errázuriz 500

Horacio Sánchez y Elía 7.000

Jo ckey Club 5.000

Cía. Alemana de electricidad 1.000

Arable King y Cía 100

Elena S. de Gómez. 200

Las Palmas Produce Cía. 1.000

Mac Donald 300

Frigorífico Armour 1.000

Fieras hambrientas

Nadie se acordó de los familiares de los 700 muertos y de los más de 4.000 heridos. Eran gente del pueblo, eran trabajadores, eran, en términos de Carlés, “insolentes” que habían osado defender sus derechos. Para ellos no hubo “suscripciones” ni donaciones para aquellas viudas con sus hijos sumidos en la más absoluta tristeza y pobreza, para los hijos del pueblo no hubo ningún consuelo. La caridad tenía una sola cara. Sólo varios meses después de terminada la represión de aquella Semana Trágica, las damas de caridad y la jerarquía de la Iglesia Católica lanzaron una colecta para reunir fondos para darle limosnas a las familias más necesitadas. Lo hacían evidentemente en defensa propia. Si a alguien le queda alguna duda, he aquí parte del texto de lanzamiento de la Gran Colecta Nacional: “Dime: ¿qué menos podrías hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los bárbaros ya están a las puertas de Roma”.

Adaptación de Los mitos de la historia argentina III, de Felipe Pigna, Editorial Planeta, 2006

La Semana Trágica Por Osvaldo Bayer

La Semana Trágica


  Por Osvaldo Bayer



La íntima alegría: no hay olvido para aquellos hechos donde se trató de apagar el Derecho a balazo limpio en vez de aplicar los argumentos de la razón. La Semana Trágica de enero del ’19. Otro aniversario más, sí, cuántos años. Cuántos muertos por lo justo. No vamos a discutir ahora si fueron mil o seiscientos los obreros muertos. Lo triste, lo trágico es que se tergiversó todo, se hizo valer como siempre o, como casi siempre, la historia oficial. No eran ni “perturbadores extranjeros” ni “rusos” ni “terroristas” como los medios oficiales y del poder trataron de disfrazar el crimen. Eran obreros que querían tener los derechos de la dignidad y de la vida: las sagradas ocho horas de trabajo. Los panaderos y los yeseros ya habían conseguido –por su lucha– las ocho horas en 1898, los metalúrgicos, en 1919, todavía trabajaban nueve horas por día. Por eso la huelga y por el lugar de trabajo para los despedidos. Dignidad y Justicia. La respuesta del poder fue bala y más bala. Con los uniformados de siempre. Esta vez ya con la ayuda de los muchachos del barrio Norte, las guardias blancas, la llamada después “Liga Patriótica Argentina”. Salieron a matar “anarquistas, rusos, judíos y enemigos de la Patria”. Las calles de Buenos Aires quedaron teñidas de sangre obrera.

Pero el mismo gobierno represor tuvo que reconocer la injusticia y días después se les dio a los obreros lo que pedían. ¿Por qué entonces tanta violencia desde el poder? ¿Por qué además de los muertos, los 1500 obreros presos? La firma del ministro del Interior en las cláusulas de la solución del conflicto deja en claro que la razón estaba del lado obrero. Eso sí, esa razón se había pagado con sangre de los explotados. Pero luego de la matanza pasó a ser un tema del cual no se habla. Cuando muchos años después tratamos de que los terrenos donde había comenzado el drama –los de los establecimientos Vasena, que habían sido demolidos– pasaran a llamarse “Parque Mártires de la Semana Trágica”, justamente el dirigente Augusto Vandor se opuso y propuso llamarla “Plaza Martín Fierro”. Nombre que hoy lleva. Claro, del pasado no se habla porque estaban involucrados Yrigoyen, los radicales, el ejército y personajes de la “guardia blanca” que luego pasaron a ser próceres: Manuel Carlés, el Perito Moreno, el cura Miguel D’Andrea e, infaltable, el estanciero Martínez de Hoz, hijo de aquel presidente de la Sociedad Rural que recibió de Roca 2.500.000 hectáreas de la tierra donde vivían antes los pampas y los ranqueles, bisabuelo del murciélago que luego fue ministro de Economía de la dictadura de la desaparición de personas. Toda una estirpe familiar heredera del autollamado “liberalismo positivista” del roquismo.

Bien, esta semana se recordó a los obreros mártires de las ocho horas de trabajo. Entre las organizaciones que propiciaron el acto estaban la Federación Libertaria Argentina, la FORA –la más antigua de las organizaciones obreras– y la Biblioteca José Ingenieros. El culto de la utopía a través de la dignidad.
http://www.elortiba.org/semtrag.html

 http://www.pagina12.com.ar/1999/99-01/99-01-03/pag16.htm